¿Cierras el grifo cuando te lavas los dientes? ¿Pones el tapón cuando lavas la vajilla? o ¿Pasas mucho tiempo bajo la ducha?
El 97% de latinoamericanos que viven en ciudades ya cuentan con una fuente confiable de agua potable. Para los que disfrutan de este suministro en casa, es fácil olvidar de que se trata de un recurso limitado. Tan limitado que, según la ONU, el déficit mundial será de un 40% para 2030.
Al no tomar conciencia de nuestros niveles de consumo, podríamos terminar amenazando el suministro de hasta 2.000 millones de personas en todo el planeta, incluyendo los habitantes de tres de las ciudades más grandes de Latinoamérica.
Ciudades en desiertos
América Latina es una región de contrastes. Alberga una tercera parte del agua dulce del planeta, pero al mismo tiempo sus grandes urbes aparecen dentro de las listas de las 20 ciudades con mayor estrés hídrico del mundo: Lima, México DF y Río de Janeiro.
La capital peruana es un claro ejemplo. Después de El Cairo, es la segunda gran ciudad construida en un desierto, y solo cuenta con tres ríos de los Andes para abastecer sus más de 9 millones de habitantes de agua potable: el Rímac, Chillón, y Lurín. Es una situación precaria que se acentuará aún más con el cambio climático, según los expertos.
"En los últimos 20-30 años se ha visto cómo se reducen los glaciares en los Andes de Ecuador, Bolivia y Perú", afirma Iris Marmanillo, especialista senior de agua y saneamiento para el Banco Mundial. "La nieve que ahí se almacena es la fuente principal para los ríos que llegan hasta la costa peruana. Cuando estos glaciares se derritan, todos los ríos se verán drásticamente afectados," advierte.
Crecimiento sin gestión
El 80% de la población latinoamericana ya vive en ciudades, pero sin una gestión adecuada la presión de la urbanización impide que sus habitantes reciban servicios básicos, como el agua.
"El crecimiento no planificado de la periferia urbana dificulta la provisión oportuna de los servicios básicos y más aún cuando los recursos limitados de agua no se usan de manera eficiente, como por ejemplo en el sector agrícola o inclusive en los propios hogares," destaca Marmanillo.
En América Latina, el 40% del agua potable se pierde antes de llegar al consumidor debido a ineficiencias y la falta de una infraestructura de calidad. Como consecuencia, se extrae más agua de las cuencas locales para cubrir el déficit, en un círculo vicioso que ya se vive en ciudades como Río de Janeiro.
Sin embargo, la escasez no es uniforme para toda la población urbana. El consumo, así como el acceso a los recursos hídricos, van de la mano de los ingresos, y los más pobres tienen más probabilidad de sufrir escasez que las clases medias y altas.
Es una situación que se ve reflejada claramente en los datos. Desde el inicio del auge de las materias primas que impulsó un crecimiento histórico de las clases medias a nivel regional en la década pasada, el consumo de agua se ha disparado. En Chile, se consume un 75% más agua que hace 20 años, y en Argentina en solo 15 años se aumentó el consumo promedio un 33%, según el Banco Mundial.
Ciudades sin agua
A nivel global las ciudades transportan más de medio billón de litros de agua unos 27.000km (equivalente a dos tercios de la circunferencia del planeta) para sus poblaciones e industrias. Como consecuencia, las cuencas de las grandes zonas urbanas del mundo tienen que buscar estos recursos más allá de su área física.
"Muchas de las ciudades más grandes del mundo están ubicadas en zonas de estrés hídrico," explica Knut Roland Sundstrom, especialista en cambio climático del Fondo para el Medio Ambiente Mundial (FMAM). "Bogotá es una de las áreas donde el suministro de agua será una amenaza cada vez más grande."
La capital colombiana depende de las cuencas y humedales de las montañas que la rodean para darle agua dulce a sus 7 millones de habitantes. Recursos que se ven cada vez más afectados por el cambio climático.
Según el FMAM, lluvias más fuertes y sequías más prolongadas amenazan la capacidad del ecosistema para almacenar suficientes recursos para satisfacer la demanda en la capital colombiana. Por eso, han puesto en marcha un proyecto que busca crear conciencia entre las comunidades cercanas a Bogotá sobre el efecto de distintos usos del terreno y su impacto en las cuencas.
Aunque aún no se sabe cuál será el efecto definitivo del cambio climático, según Sundstrom, se sabe suficiente como para poder hacer planes que ayuden a mejorar la gestión de recursos limitados y para poder salvar vidas en el futuro.